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lunes, 30 de julio de 2012

El pasillo


Sentía esa presencia, cada vez que estaba a solas y en la oscuridad.
Era algo intangible, pero, que estaba presente, el silencio que atronaba mis oídos me ponía en guardia, y convertía en tortura el simple hecho de apagar la luz.
Desde que el clic del interruptor con su escueto chasquido me sumía en las sombras, apuraba mi paso para llegar cuanto antes al dormitorio, y entonces, en mi espalda, sentía un aire helado, una mirada extraña, algo que movía mi pelo o rozaba levemente mis muslos desnudos.
Tanteaba nuevamente la pared, buscando desesperada el siguiente interruptor para volver a encender la luz del pasillo, y entonces cuando todo se iluminaba, me sentía estúpida y cobarde.
Pero mi imaginación era más fuerte que toda la razón que yo me imponía en tener en cuenta.
Mi corazón galopaba en mi pecho ,como en una pesadilla, que lamentablemente no existía, porque yo estaba bien despierta.
Entonces respiraba tres o cuatro veces, me forzaba a tranquilizarme, y volvía por el pasillo hacia atrás, desandando el camino, y asegurándome que no había nadie.
Apagaba la luz, y corría apurada al dormitorio, tanteando las paredes como una ciega y acostándome asustada y tensa, intentando captar el menor sonido, la menor brisa extraña que rompiera mi frágil equilibrio.
Y no había nada.
Solo el atronador silencio en mis oídos.
Sentía los ojos fríos, como ese aliento a miedo , la brisa colándose por entre mis piernas, y el peso de alguien sentándose a los pies de mi cama. No siempre ,pero alguien hundía suavemente el colchón. Alguien me acompañaba y me miraba.
Cuando por fin lograba dormirme, me sumía en un sueño denso y pesado, que era como una muerte de la que no quería despertarme nunca.
Pero la mañana siempre llegaba y con ella, mis pesadillas de la noche anterior se diluían con la luz del día dejando el regusto amargo del terror. Algo o alguien había, una presencia, un movimiento diferente, algo en definitiva que durante el día perdía poder en mi mente, pero que desde que se hacía de noche ,se reactivaba, retroalimentando mi terror.
Me repetía hasta el cansancio que era yo la que generaba más miedo aún con mi propia adrenalina circulando enloquecida por mi sangre, y que no existía nada capaz de ponerme en ese estado. Pero como en un sueño recurrente, todo volvía a repetirse una vez más. Y esos ojos insomnes que me vigilaban se abrían casi fosforescentes en mi mente cada vez que se hacía de noche. No tenía más certeza que mi sensación, y nada se sostenía en la cordura.
Llegué a pensar que estaba loca, no me atrevía a hablar con nadie.- ¿Quién me iba a creer? Lo había intentado con algunas personas de confianza, pero, ante la suspicacia y extrañeza de sus miradas, había desistido de seguir intentando buscar una respuesta que llegara desde afuera. La tendría que encontrar yo sola, y no sabía muy bien si quería hacerlo o no.
Por eso me sentí asfixiada hasta la exasperación entre el espanto y el alivio enloquecido, cuando después de estar un fin de semana fuera de mi casa, entré a mi dormitorio y vi en la cama perfectamente estirada ,como resaltaba a los pies ,la inconfundible y aterradora huella que deja alguien cuando se ha sentado y no ha alisado la manta al irse.
(abril 2010)



martes, 17 de julio de 2012

Maru ( deber y deseo)



El otro día, escuchaba por la radio a una psicóloga que hablaba sobre las amas de casa. Mientras limpiaba los cristales con mi piloto automático conectado ,veía las motas de polvo juguetear con el sol que entraba en diagonal en el salón. 
De pronto unas palabras de la entrevistada me sacaron de mi ensimismamiento:-” Y tú, qué deseas?- 
El movimiento rotatorio de mi mano derecha con el trapo “Atrapapolvo MEGA-PLUS de eficacia” quedó suspendido en el aire, y el dedo disparador de la izquierda que empuñaba el “Vaporizador ULTRA BRILLANTE” se encasquilló por la sorpresa.
-Qué deseo?- me pregunté en silencio-
- Mmm…qué deseo?-
 -¿Deseo?-
Busqué dentro de mi una respuesta que parecía jugar al escondite y burlarse, negándose a aparecer.
-“Conecta con tu deseo”- Comentaba la psicóloga. –“Distingue dentro de ti lo que es “deber” y lo que es “deseo””- Continuaba explicando, como si fuera tan sencillo darse cuenta.
-”Atrévete a mirar más adentro, solo en tu interior conectarás con lo que realmente estás negándote a oír”-
Cerré los ojos con fuerza, e intenté “oír” aquella voz que seguramente debería tener en algún rincón, pero, lo único que oía era la voz que salía de la radio y los ruidos de la calle, y muchas más voces dentro de mi cabeza que me decían que me diera prisa, que se me iba a juntar la limpieza con la hora de la comida, y que aún faltaba recoger la ropa y acomodar la compra que todavía estaba en la cocina sin guardar. Y todo esto antes de recoger a los niños en el cole.
-“No te apures”- seguía la voz en la radio –“Permítete sentir”- “¿Donde quedó tu deseo?”
-“¿Cuánto hace que no te propones nada para ti?-
Comencé a angustiarme. Aquella voz era como la mía propia dentro de mi cabeza pero lo peor, era que retumbaba fuertemente en mi corazón. Y dolía.
Dolía todo lo postergado, dolía mi propia postergación. Mi deber ante todo, siempre. Mi deseo siempre podía esperar. Ya habría tiempo. Y nunca llegó.
-“Escúchate!- Vibró la voz en mi mente- “Atrévete a desear”- “¿Qué deseas?”
Solté el trapo y el vaporizador. Abrí la ventana de par en par, y me senté en el suelo. Respiré profundamente y me pregunté, sintiendo el sol entrando a raudales sobre mí: - “¿Qué deseo?”

La respuesta no tardó en llegar: “Aire!”



lunes, 2 de julio de 2012

Las zapatillas de baile


Tuvo que desechar rápidamente esa opción porque no iba a tener tiempo de preparar nada más elaborado. Resultaría difícil crear una coreografía tan abstracta para expresar todos aquellos sentimientos que surgían cuando ella bailaba.
Una sucesión de instantes de luz y sombra, en donde se permitía ser ella misma. Pero el lenguaje tenía que ser muy claro y directo. Y no tenia tiempo para ponerse a pulir y a sintetizar una idea, que recién estaba en ciernes en su cabeza.
Tenía los días contados para presentar algo aceptable, y si no se daba prisa perdería la última oportunidad de ser alguien en ese mundo tan competitivo, pero al que quería pertenecer con todas sus fuerzas. Pero la penuria que atravesaba en ese momento, donde no había asidero donde encontrar reposo, y donde la palabra se diluía sin significado ante el esfuerzo titánico de intentar sobrevivir la dejaba abandonada y sin fuerzas. Toda su energía tenía que concentrarse en bailar y todo su trabajo, en crear algo que le permitiera entrar en ese cuerpo de baile tan selecto y que sólo admitiría a los mejores.
Era como escribir un libro sin final, donde el lector siguiendo pistas invisibles, debería ir encontrando datos que lo condujeran al epílogo de una novela abstracta.
Se puso sus gastadas zapatillas de punta, el color se había ido destiñendo con el paso del tiempo, y las puntas rígidas, estaban algo despeluzadas por el uso y tenían un aspecto coriáceo y áspero.
Pero, una vez que se las calzaba sus pies se tornaban majestuosos, y su empeine curvo y pronunciado cobraba vida propia.
Hizo unas cuantas piruetas elevándose en las puntas, y bajando suavemente, saltó y giró en el aire. Colocó a modo de barra entre dos ventanas un palo de escoba, lo aseguró bien a las esquinas de los bastidores, y con profunda reverencia, elevó una pierna apoyándola suavemente en la barra de madera y comenzó a balancearse cadenciosamente de adelante hacia atrás, curvando con exquisita lentitud su columna.
Dentro de ella, la música surgía como una catarata de sonidos que se iban adhiriendo a sus poros , creando movimientos que mágicamente se convertían en danza.
Y siguió estirándose en la barra, flexionando su torso y elevando sus hermosos brazos al aire. Sólo el inaudible roce de la cortina contra la ventana rompía el silencio reverencial del momento. Entonces bajó la pierna de la barra, y caminando con ese vaivén característico de las bailarinas, conectó la música y el sonido lo inundó todo.
 Inspirando profundamente comenzó a bailar…