(Recupero un relato escrito para un reto de Ginebra Blonde)
En la cocina, una mujer desnuda abre la ventana. Acodada en
el marco mira hacia afuera y su piel se estremece levemente ante el roce del
aire.
Entre sus dedos, como si fuera un juguete, rueda un
lápiz de labios. Se mira fugazmente en el cristal, sonríe y comienza a pintarse
con toques delicados repasando su boca, relamiendo sus labios que se convierten
en pétalos rojos.
Sus ojos buscan esa otra ventana. Frente a ella, una cortina
se mueve sutilmente.
Entonces, con un lento movimiento coloca la barra de labios
entre sus pechos y comienza a trazar una roja línea que baja atravesando su
vientre y cruzando el puente de su ombligo se detiene en el pubis.
Sus ojos perdidos en el otro cristal se dilatan y su dedo
sigue el recorrido de ese cremoso río rojo hasta hundirse entre sus ingles.
El disparo amortiguado del flash entre las cortinas enciende
su sexo.
Sin dejar de mirar los cortos chispazos de luz se acaricia
con los dedos húmedos y calientes.
Cuando por fin el flash deja de iluminar esas décimas de
segundos que son como latidos, ella al borde del orgasmo, sabe que él, habrá
dejado la cámara a un lado, y como ella, estará acariciando su sexo con los
ojos clavados en la otra ventana, abierta de par en par como esas piernas que
vislumbra, deseando recorrer con su lengua esa línea roja de cremosa delicia
dibujada en su cuerpo.
Entonces y solo entonces, se abandonarán a un largo y húmedo
orgasmo.
Y un momento después, cerrará los postigos.
(Imagen: Giovanni Lipari: Una mujer desnuda en la ventana)