( Como les prometí, aquí está uno de los dos relatos que han sido publicados en la antología de relato erótico de ISESUS.
Espero que lo disfruten! Gracias siempre,por estar.)
Él me ponía delante de lo mejor y lo peor de mí.
Por eso me daba tanto miedo.
Su mirada me traspasaba como si yo fuera transparente.
Un caballo salvaje. Así era.
Y así lo sentía cada vez que me penetraba .Me sentía
tan segura de su pene, sin embargo, su boca no se entregaba. Y lo que no decía
me llenaba de dudas y deseo.
Una carrera mortal. Un juego morboso que me agotaba y
a la vez aumentaba mi placer.
Él jugaba, yo lo sabia, y eso le daba un poder sobre
mí.
Su lengua resbalaba dentro de mi boca enredándose con
la mía y suspiraba contra ella sabiendo que en cuanto rozara mi sexo empezaría
el duelo.
Pero dilataba eternamente el momento. Como si nunca
fuéramos a pagar nuestra deuda de piel. La química impostergable que nos sumía en
dos cuerpos abrazados y abrasados.
Y aunque no quería moverme en ese mundo de sombras,
nunca le dije que detrás de cada paréntesis, me agotaba intentar sacarlo de mi
corazón.
Me inquietaba su mirada negra, pero me encendía.
Y quizás no hacía falta que se lo dijera. Lo sabía.
Me daba lo que él quería.
Caminaba desnuda sin hacer ruido hasta detenerme
delante suyo mirando como reclinado en el sillón acariciaba su sexo.
Yo no podía despegar los ojos de ese gesto tan íntimo
y sensual que hacía hervir mi coño sintiendo como se humedecía de inmediato.
Cómo me gustaba mirarlo, respirando apenas para poder
oír como sus sonidos cortaban el silencio.
Y la mano subía por mi muslo trepando hasta el pubis
para enredarse en mi vello, abarcándolo , abriéndose paso por mis labios
jugosos que resbalaban y mojaban sus dedos.
Sin ninguna palabra, yo separaba mis piernas dejando
que siguiera su camino hacia el clítoris que latía caliente esperando.
Lo acariciaba masajeándolo suavemente y su pene, sobresalía
erecto entre los dedos de la otra mano.
-Mmmm...-Susurraba profundo-Y yo me disolvía de placer
al borde del orgasmo levantando mi pierna para colocarla sobre su muslo, con mi
sexo abierto ante sus ojos. Abierto al placer.
Si supiera mi agonía cuando con insoportable lentitud,
agarrándose de mis nalgas, me acercaba a su boca, y lamía insaciable mi coño
con esa lengua inquieta que se recreaba largamente haciéndome sentir su esclava
oscura.
Y mis piernas temblaban cuando me corría en su boca,
los espasmos sacudían mis caderas y él, en silencio se retiraba de mi pubis
líquido y me dejaba vacía mientras seguía frotando su pene húmedo al borde del
orgasmo.
Entonces, oliéndolo como una perra me inclinaba sobre su cuerpo, rozándolo con
mis pechos ,bajando por el abdomen hasta acabar de rodillas ante su sexo para
reemplazar su mano por mi boca caliente. Húmeda cueva que lo acogía y que mi
lengua convertía en una enorme golosina de placer, succionándolo despacio,
chupando toda su longitud, sabiendo que era el único instante en que lo tenía a
mi merced.
En ese momento irrepetible, una y otra vez, era mío.
Sus gemidos penetraban como miles de sexos por todo mi
cuerpo y la dureza de su pene detenía el tiempo ante mis ojos perdidos en su
placer.
Mi coño revivía mojado y turgente y él conociendo mis
gozos colocaba su pierna entre mis muslos, torturándome con el roce áspero de
su vello que rozaba mi vulva.
Nuestros suspiros crecían como llamaradas, entonces,
me pedía que acabara antes que él, sólo un momento antes, me apuraba ordenando.
Mi mano obediente bajaba entre su pierna y mi sexo
justo para que mi índice rozara el clítoris. Sabía que me correría enseguida
con solo masajearlo brevemente, pero, dilataba el momento porque sentirme dueña
de su pene me daba la única victoria en la que él no tenía control.
Su miembro en mi boca. Su voz entrecortada pidiendo
que me corra y mis dedos perdidos entre las ingles me catapultaban nuevamente a
galopar sobre el orgasmo, cabalgando olas inmensas que terminaban rompiendo en
mi lengua que sentía la súbita rigidez anticipada del suyo.
Y cuando las primeras gotas de semen golpeaban mi
paladar, hundía aún más su verga en mi garganta, sacándola despacio para que
cada chorro se derramara por las comisuras de mis labios y a lo largo de su
pene.
Chorreando el caliente resultado del único momento en
que se entregaba.
Luego el tiempo se agotaba en los relojes y los besos
hambrientos en la ducha dejaban los últimos rastros.
Salíamos en silencio, sin hablar apenas, volviendo a
ser los mismos de siempre, públicamente desconocidos, amantes ignotos, esclava
victoriosa y amo vulnerable.
Sus ojos volvían a ser fríos y mi boca lo despedía en
silencio, hasta que otra vez su mirada volviera a cruzarse con la mía, y
sintiera la punzada de su deseo sin querer sustraerme al desafío.
Sola en mi coche, mi respiración se aquietaba mientras
lo veía conducir su moto sorteando otros vehículos.
Entrábamos al mismo garaje para separar nuestros
caminos sin mirarnos.
Yo bajaba de mi coche y presurosa apuraba mi paso
hacia el ascensor que
subía a mi despacho y él, dejaba su moto con tranquilidad, caminando sin prisas
para ocupar su puesto en el pequeño habitáculo del garaje. A comenzar su turno.