No puedo imaginar
un minuto de silencio
en que la sombra exacta
de mis ojos
naufrague lentamente.
No sé quedarme
a tu costado mudo
agitando las alas
para que veas por fin
lo que nos queda.
No quiero más
que los peces de la duda
me besen los pies
ni me vuelvan a quemar
con el gélido hielo
del miedo.
Sin cadenas
me voy.
Camino por la vereda
abierta del deseo,
y como chorros de luz
mariposas hirvientes
inundan las calles
de llamaradas.