Perdidas de deseo,
mis pupilas
galopan
a lomos del instante
en que la noche
derrama su negrura,
y el desgarro
con que el alma aúlla
estrellándose
contra el pecho del viento,
libera mi pelo
que brilla feroz
bajo la luna.
Soy la que muerde
(tu carne)
queriendo sentir
la sangre de tu boca
en mis entrañas,
y dejar
que tus ojos rueden
por la corva sombría
de mi espalda
haciendo de la piel
astillas de deseo.
Soy la crisálida
pariendo
maravillosa luz
sobre tus alas.