Mi primer muerto
fue mi abuelo.
Bravío y desafiante
desde la mudez
del lecho.
Sin articular palabra
gritaba con los ojos
su combate.
Recuerdo aún la aventura
de mi niñez
entre las olorosas maderas
de su taller.
El segundo, mi tío.
Se fue sin hacer ruido,
sin molestar,
como había vivido.
Me dejó su amor,
la poesía,
la pasión por la palabra
y el asombro del libro.
No puedo hablar de él
sin llorar mi duelo.
Mi padre fue el tercero.
Se resistió a la muerte
hasta que su feroz incoherencia
hizo que olvidara respirar.
Todavía huelo el jazmín
que cuidaba,
el perfume a lavanda de sus manos
y allí
en la buganvilla roja,
su nombre bordado.