Se despertó temprano, a pesar de que la noche había sido
intensa. Recordó cada escena como si de una película se tratara.
La mañana anterior había salido de su casa como siempre,
pero un giro inesperado del destino había cambiado totalmente su rutina. Aún le
costaba entender cómo se había dejado llevar por ese particular “canto de
sirenas” reflejado en los ojos oscuros, casi hipnóticos, de aquel hombre que la
miraba fijamente mientras compraba su billete de tren para luego sentarse
frente a ella, y cómo había caído en ese hechizo sin apenas recordar la forma
en que se había visto envuelta en esa densa tela de araña.
Lo cierto es que había un vacío en su memoria. Le costaba
recordar cómo fue que terminaron en un pub tomando copas, y como abducida por
el mareo, la confusión y esa experiencia tan perturbadora, había acabado en el
piso de aquel desconocido. El alcohol produce efectos extraños, pensó. Pero,
¿cómo podía ser que no recordara como había llegado hasta allí? Tenía solo flashes en su memoria que eran
pantallazos de besos, de bruscas caricias que le provocaban dolor y placer al
mismo tiempo.
Algo se había desatado dentro de ella, haciendo salir su
parte más salvaje y visceral. Un duelo de pieles. La violencia del sexo por el
sexo, la explosión de los orgasmos sumiéndolos en esa orgía de a dos.
La noche consumida entre gemidos, mordiscos y lenguas
ávidas. Casi sin palabras. Comunicándose con las miradas que se enturbiaban de
deseo, y gruñidos de placer.
Volvió al presente y se desperezó estirándose con lentitud.
Su cuerpo envió dolorosas señales, el perfecto recordatorio del particular
combate de la noche. Su atención se concentró en la cama. Estaba vacía.
Se encontraba sola.
Se levantó algo mareada todavía y, vistiéndose a toda prisa
fue hasta la cocina donde con sorpresa vio la mesa preparada para desayunar.
¡Café en la cafetera, leche, azúcar y…su tarta de manzana preferida! ¿Cómo
podía ser que él hubiera adivinado su postre favorito?¿Tanto había contado de
ella misma la noche anterior? Era un detalle muy personal como para comunicarlo
en un encuentro furtivo.
Desayunó rápidamente pensando que tenía que salir de allí,
que todo aquello era muy extraño. Su memoria tenía una enorme laguna que no
podía llenar con nada más que esas imágenes veloces que cruzaban por su mente.
Para su sorpresa, cuando llegó a la puerta vio que estaba
cerrada con llave.
Tironeó del picaporte para comprobar que, en efecto, estaba
sola y aislada. ¿Cómo podía ser? Mejor dicho, ¿qué iba a hacer? Empezó a
angustiarse, abrió las ventanas, pero el edificio estaba separado del resto
de las otras viviendas por un gran
parque. Buscó la forma de comunicarse con algún vecino, no vio más que ventanas
cerradas y cortinas corridas. Rebuscó, sin resultado, el móvil en su bolso. ¿Lo
habría perdido sin darse cuenta en ese estado de confusión y vacío?¿Qué hacer
ahora?
Intentó tranquilizarse, y retrocedió hasta el salón. Una
enorme biblioteca precedía ese espacio luminoso y elegante. Empezó a mirar los
títulos, pensó que quizás estaba entrando en un estado de ansiedad exagerado.
Seguramente él llegaría en cualquier momento y todo quedaría en un susto. No
quiso preocuparse. Solo esa especie de amnesia que le impedía recordar
claramente lo sucedido el día anterior torturaba su mente. El no saber.
Sacó un libro cuya cubierta era una especie de caja antigua.
En la imagen se veía claramente una cabeza cuyo rostro ambiguo estaba coronado
por largos mechones que parecían serpientes, como si fuera una hidra. Pero lo
que más llamó su atención fueron los ojos. Torvos, oscuros, rodeados de
sombras, idénticos a los de su amante furtivo.
Sentándose en el sillón, sin poder despegar la mirada de esa
cara, abrió el libro y lo que comenzó a leer le heló la sangre:
“Se despertó temprano a pesar de que la noche había sido intensa.
Recordó cada escena como si de una película se tratara.
La mañana anterior había salido de su casa como siempre, pero un giro
inesperado del destino había cambiado totalmente su rutina. Aún le costaba
entender como se había dejado llevar por ese particular “canto de sirenas”
reflejado en los ojos oscuros, casi hipnóticos de aquel hombre que la miraba
fijamente mientras compraba su billete de tren para luego sentarse frente a
ella, y como había caído en ese encantamiento sin apenas recordar la manera en
que se había visto envuelta en esa densa tela de araña…”
Entonces, llegada a esa altura de la página, continuó
leyendo a trompicones, saltándose renglones y párrafos, comprobando que lo que
allí estaba escrito era el fiel relato de su propia experiencia…No entendía qué
pasaba, comenzó a faltarle el aire pero no podía parar de leer, se sentía
atrapada entre esas letras, hasta que de pronto la frase que cerraba el primer
capítulo, en la cual la protagonista leía con absoluto pavor lo que ella no
había descubierto todavía: detrás del sillón en el que estaba sentada y, oculto a medias entre los pliegues de las cortinas, un
charco de sangre fresca despejaba con un súbito y enceguecedor destello sus
confusos recuerdos.
Cerró de golpe el libro que quedó entre sus manos
agarrotadas y giró lentamente la cabeza…
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