Datos personales

Mi foto
© 2012 http://elrincondelaluna-lunaroja.blogspot.com.es/

jueves, 30 de junio de 2016

Noche helada

(Segundo texto elegido para "la antología de relato erótico de Isesus" 
Aquí les dejo,como había prometido,el segundo texto publicado en dicha antología.
Gracias por acompañarme.)


Brindo por la despedida .Una y otra vez siento que me disuelvo en
cada trago.
No sé porqué es imposible desprenderme del olor de tu piel, mientras
la mía se estremece.
Será porque aún pervive la sensación de pertenecerte y no puedo
arrancar la desazón que me queda en este momento cuando sé que ya no hay
nada.
Pero cómo hacerlo? Mis pechos y mi sexo te reclaman y mis labios te
recorren de memoria.
Sola con mi copa medio llena, te lloro en el frío silencio de esta
noche en que nadie me toca.
Cada trago es un calor que lacera mi garganta muda y en esta absoluta
soledad intento exorcizar tu lengua implacable lamiendo mi clítoris que
ahora se niega a latir, apenas húmedo. Y no puedo evitar derramar sobre
mi coño un poco de vino y enterrar los dedos fríos que me erizan la
piel.
-Fóllame otra vez- te pido en un mudo grito al vacío y en ese vuelo
ciego vuelvo a verte montándome con fuerza con tu pene perdido dentro de
mi sexo hambriento.
Aprieto los muslos atrapando mi mano que se rinde al contacto tibio
de la vulva . ¿Cómo arrancar la sensación de cada orgasmo? No sé si
odiarte para que todo sea más fácil o rendirme a tu boca infiel.
Y yo, traidora de mí misma, faltando a todas las promesas que me hice
de dejarte, me sometía trepando por tu cuerpo, que borró cada arruga
del mío, cada año que me separaba de ti en cada orgasmo. Y ya de igual a
igual, deshacerme de placer al oírte pedir que me tragara tu pene
suculento quedando irremediablemente atrapada en tu sexo cuando encadenaba
exhausta un orgasmo tras otro, y mis gemidos se mezclaban con tu risa
lobuna desafiándome a acabar una vez más.
Con cuanto deseo esperaba que por fin te corrieras viendo tu rostro
llenarse de placer con los ojos cerrados y tu voz dándomelo todo ,y otra
vez mi boca , mi vagina ,mi culo, recibían tu leche caliente
derramándose con fuerza .
Mi sexo comienza a despertar con tu recuerdo y lo froto perdida y
triste con mi copa a medias dejando caer un rastro de vino rojo por mis
pezones que se erizan fríos, huérfanos de tu boca.
Siento mi propio latido de calor y desesperadamente agito mis dedos
contra el clítoris que se moja y me envía oleadas de placer y de vacío,
de dolor y de gozo.
Y el vino aletarga mi devastada decisión , la distancia que nos
separa y la razón de dejarte.
Sola, sola y caliente masturbándome con tu recuerdo, no puedo
correrme . Me aprieto los pechos y la mano baja para hundirse otra vez en mi coño
desolado.
El alcohol y la pena me resecan ,entonces te conjuro mentalmente,
traicionando una vez más mi juramento y apareces en toda tu potencia
cabalgándome con desesperación, jadeando de placer contra mi espalda,
pronunciando palabras tatuadas para siempre en mi corazón.
Gruesas lágrimas de dolor caen sobre mis pechos como caían las gotas
de tu semen y mientras el orgasmo me inunda caliente y helado como una
pérdida, elijo dejarte de un tajo en mi alma.
Infiel a mí misma, entre el deber y el deseo, dejo mi copa vacía.
Al otro lado de la puerta, en la oscuridad del dormitorio, mi esposo
duerme apaciblemente.


viernes, 3 de junio de 2016

La piel herida

( Como les prometí, aquí está uno de los dos relatos que han sido publicados en la antología de relato erótico de ISESUS.
Espero que lo disfruten! Gracias siempre,por estar.)




Él me ponía delante de lo mejor y lo peor de mí.
Por eso me daba tanto miedo.
Su mirada me traspasaba como si yo fuera transparente.
Un caballo salvaje. Así era.
Y así lo sentía cada vez que me penetraba .Me sentía tan segura de su pene, sin embargo, su boca no se entregaba. Y lo que no decía me llenaba de dudas y deseo.
Una carrera mortal. Un juego morboso que me agotaba y a la vez aumentaba mi placer.
Él jugaba, yo lo sabia, y eso le daba un poder sobre mí.
Su lengua resbalaba dentro de mi boca enredándose con la mía y suspiraba contra ella sabiendo que en cuanto rozara mi sexo empezaría el duelo.
Pero dilataba eternamente el momento. Como si nunca fuéramos a pagar nuestra deuda de piel. La química impostergable que nos sumía en dos cuerpos abrazados y abrasados.
Y aunque no quería moverme en ese mundo de sombras, nunca le dije que detrás de cada paréntesis, me agotaba intentar sacarlo de mi corazón.
Me inquietaba su mirada negra, pero me encendía.
Y quizás no hacía falta que se lo dijera. Lo sabía.
Me daba lo que él quería.
Caminaba desnuda sin hacer ruido hasta detenerme delante suyo mirando como reclinado en el sillón acariciaba su sexo.
Yo no podía despegar los ojos de ese gesto tan íntimo y sensual que hacía hervir mi coño sintiendo como se humedecía de inmediato.
Cómo me gustaba mirarlo, respirando apenas para poder oír como sus sonidos cortaban el silencio.
Y la mano subía por mi muslo trepando hasta el pubis para enredarse en mi vello, abarcándolo , abriéndose paso por mis labios jugosos que resbalaban y mojaban sus dedos.
Sin ninguna palabra, yo separaba mis piernas dejando que siguiera su camino hacia el clítoris que latía caliente esperando.
Lo acariciaba masajeándolo suavemente y su pene, sobresalía erecto entre los dedos de la otra mano.
-Mmmm...-Susurraba profundo-Y yo me disolvía de placer al borde del orgasmo levantando mi pierna para colocarla sobre su muslo, con mi sexo abierto ante sus ojos. Abierto al placer.
Si supiera mi agonía cuando con insoportable lentitud, agarrándose de mis nalgas, me acercaba a su boca, y lamía insaciable mi coño con esa lengua inquieta que se recreaba largamente haciéndome sentir su esclava oscura.
Y mis piernas temblaban cuando me corría en su boca, los espasmos sacudían mis caderas y él, en silencio se retiraba de mi pubis líquido y me dejaba vacía mientras seguía frotando su pene húmedo al borde del orgasmo.

Entonces, oliéndolo como una perra me inclinaba sobre su cuerpo, rozándolo con mis pechos ,bajando por el abdomen hasta acabar de rodillas ante su sexo para reemplazar su mano por mi boca caliente. Húmeda cueva que lo acogía y que mi lengua convertía en una enorme golosina de placer, succionándolo despacio, chupando toda su longitud, sabiendo que era el único instante en que lo tenía a mi merced.
En ese momento irrepetible, una y otra vez, era mío.
Sus gemidos penetraban como miles de sexos por todo mi cuerpo y la dureza de su pene detenía el tiempo ante mis ojos perdidos en su placer.
Mi coño revivía mojado y turgente y él conociendo mis gozos colocaba su pierna entre mis muslos, torturándome con el roce áspero de su vello que rozaba mi vulva.
Nuestros suspiros crecían como llamaradas, entonces, me pedía que acabara antes que él, sólo un momento antes, me apuraba ordenando.
Mi mano obediente bajaba entre su pierna y mi sexo justo para que mi índice rozara el clítoris. Sabía que me correría enseguida con solo masajearlo brevemente, pero, dilataba el momento porque sentirme dueña de su pene me daba la única victoria en la que él no tenía control.
Su miembro en mi boca. Su voz entrecortada pidiendo que me corra y mis dedos perdidos entre las ingles me catapultaban nuevamente a galopar sobre el orgasmo, cabalgando olas inmensas que terminaban rompiendo en mi lengua que sentía la súbita rigidez anticipada del suyo.
Y cuando las primeras gotas de semen golpeaban mi paladar, hundía aún más su verga en mi garganta, sacándola despacio para que cada chorro se derramara por las comisuras de mis labios y a lo largo de su pene.
Chorreando el caliente resultado del único momento en que se entregaba.
Luego el tiempo se agotaba en los relojes y los besos hambrientos en la ducha dejaban los últimos rastros.
Salíamos en silencio, sin hablar apenas, volviendo a ser los mismos de siempre, públicamente desconocidos, amantes ignotos, esclava victoriosa y amo vulnerable.
Sus ojos volvían a ser fríos y mi boca lo despedía en silencio, hasta que otra vez su mirada volviera a cruzarse con la mía, y sintiera la punzada de su deseo sin querer sustraerme al desafío.
Sola en mi coche, mi respiración se aquietaba mientras lo veía conducir su moto sorteando otros vehículos.
Entrábamos al mismo garaje para separar nuestros caminos sin mirarnos.
Yo bajaba de mi coche y presurosa apuraba mi paso hacia el ascensor que
subía a mi despacho y él, dejaba su moto con tranquilidad, caminando sin prisas para ocupar su puesto en el pequeño habitáculo del garaje. A comenzar su turno.